Alasdair Gray
Este profesor universitario de treinta años es grande, determinado, apuesto, con la inocente cara de bebé de un hombre acostumbrado a ser servido por mujeres, con el labio inferior fruncido de a quien nunca le han servido todo lo que ha querido. Es sábado en la tarde. Compara la hora de su reloj de pulsera con la de un pequeño reloj de adorno cubierto por un domo de vidrio sobre la repisa de la chimenea. Ambos indican 2:49. Suspira y observa con ojo crítico su departamento como un mecánico inspeccionando una máquina que ha dejado de funcionar. Las paredes son de color gris claro, el maderamen es blanco, la alfombra a medida verde musgo combina (no de forma tan evidente) con su inmaculado suéter verde oscuro. Una gran cama baja sin patas ni respaldo con grandes almohadones azules encima, un aire de invitación deriva de una mesa de centro cercana sobre la cual hay una tabla de picar con pollo asado frío, queques de avena, una barra de mantequilla, un cuchillo, un salero, una bandeja con manzanas, duraznos y uvas; un plato de pequeños y brillosos pasteles y dulces. Unas pocas piedras en la chimenea de mármol ni parecen carbón, pero las luminosas llamas entre éstas otorgan un cálido aire que haría del desvestirse algo fácil, sin hacer que vestida la gente sude. Por una ventana panorámica se obtiene la vista de las copas de los árboles iluminadas por el sol que puede taparse (cuando así se quería) al correr suavemente las cortinas que llegaban hasta el suelo, cortinas del tono claro de sus pantalones de franela con la línea bien marcada. Sin embargo, suspira sin sentirse de verdad en casa. Tal vez una manzana ayude. Se dirige con determinación hacia la mesa pero duda en no respetar su decisión respecto de la fruta. Un timbre suena suavemente. Sonriendo aliviado abandona la habitación, cruza un corredor, abre la puerta principal y dice, “Vlasta”.
Una mujer sollozando amargamente corre y pasa por su lado. Él observa el corredor, no ve a nadie más, cierra la puerta.
Cuando regresa a la habitación principal se queda de pie, observa a la mujer y se toca el mentón con actitud pensativa. Ella se sienta un sillón, con la cartera en la falda, solloza con un pañuelo. Ella es muy delgada tiene unos cuarenta años y tiene una cabellera negra y voluminosa que cae por los hombros de su abrigo de piel, viste una falda negra larga y aros histriónicos. Los sollozos disminuyen. Él camina en puntillas hacia la mesa de centro, la levanta y la pone suavemente al lado derecho de ella, escoge una manzana y se sienta en un chaise-longue al frente de la mujer. Cautelosamente muerde la manzana. La mujer deja de sollozar. Saca un espejo de su cartera y se seca las lágrimas cuidando de no estropear su maquillaje. Él dice con voz suave “me alegra que hayas venido. Come algo. Comer algo a veces ayuda”.
Ella dice con voz áspera, “Siempre eres tan dulce conmigo Alan”.
Guarda el espejo y el pañuelo en la cartera, toma un ala de pollo, muerde, traga y dice: “hace una hora y media terminé con Arnold. No quería irse. Tuve que llamar a la policía. Estaba borracho y violento, mató a mi tortuga, Alan”.
“Estuvo que bien que llamaras a la policía”
“Era dulce al comienzo, al igual que tú. Y luego se puso malo conmigo. Con el tiempo todos se ponen malos conmigo, excepto tú”.
Ella come más pollo.
Luego mira a su alrededor y dice: ¿estás esperando a alguien?
Él sonríe con tristeza y contesta “¿Esperando a alguien? Ojalá estuviera”.
“Pero esta comida...y la habitación. No siempre mantenías todo tan impecable”.
“Ahora sí. Me he convertido en una vieja desde que me dejaste Vlasta, aspiro la alfombra, sacudo el reloj, incluso la comida me irrita. Ya no como a determinadas horas. Mantengo platos de fruta y pollo frío a mi lado y picoteo algo cada vez que me dan ganas”.
¡Qué raro! ¿Pero no tienes ninguna noviecita? ¿Ninguna amante?
Un recipiente metálico para el carbón en la chimenea es usado como bote de basura. Con una risa áspera Alan lanza el corazón de la manzana hacia el bote y dice “¡ninguna!, ¡ninguna!, conozco a muchas mujeres, he invitado a algunas para acá y han venido. Unas pocas han pasado la noche. Pero (no sé por qué) todas me aburrían. Después de ti todas fueron tan insípidas”.
“¡Lo sabía!”, gritó Vlasta con alegría, “¡sí, lo sabía! Cuando te dejé me dije, estás destruyendo a este hombre. Le has enseñado todo lo que sabe y ahora que lo dejas su confianza también desaparecerá. De hecho lo estás castrando! Pero tenía que hacerlo. Eras dulce pero... oh tan pero tan aburrido. Sin imaginación. Y entonces tuve que dejarte”.
Era una agonía, él le asegura a ella.
“Lo sabía, lo sentía mucho por ti pero necesitaba emoción. Me voy a sacar el abrigo, hace demasiado calor aquí, ¿cómo lo soportas?”
Ella se para y lanza el hueso de pollo hacia el bote de basura.
Pero Alan se levanta primero. Deslizándose detrás de ella y le ayuda a sacarse el abrigo murmurando, “tal vez te saques más ropa antes de irte”.
“Pero qué tonto eres Alan, todavía no sabes nada de mujeres. Fue hace cuatro años, no la semana pasada que dejamos de ser amantes. Vine aquí por paz, no por diversión erótica. Las últimas tres horas han sido más cautivantes que toda la experiencia burguesa de mi vida”.
“¡Perdón!”, murmura Alan y lleva el abrigo a la cama. Lo deja allí y luego se sienta a los pies de ésta, con el codo derecho sobre la rodilla y la mano sosteniendo el mentón al igual que El Pensador de Rodin.
“ Soy una horrible mujer. ¡Destruyo a los hombres!” dice Vlasta, bostezando y estirando los brazos. “Arnold gritaba eso mientras los policías lo arrastraban”
“Por favor siéntate a mi lado. Me siento muy solo”.
Se sienta al lado de él diciendo “Piensa en Mick Mc Teague, viejo antes de tiempo y bebedor empedernido”.
“Era un alcohólico de sesenta años cuando lo conociste”.
“Está peor ahora. La semana pasada vi a Angus pasear a su hijo en coche por el parque, esclavo de una mujer demasiado tonta para entenderlo”.
“A mi me parece que es perfectamente feliz”, dice Alan, levantándose y poniéndose al frente de ella. “A veces jugamos billar ruso”.
Ella se ríe fuerte ante su ingenuidad.
“Oh Alan ¿has olvidado todo lo que te enseñé? Detrás de la vida más calmada toda clase de cosas terribles están sucediendo: violaciones espirituales, asesinatos, incestos, torturas, suicidios. Y mientras más calmada parezca peor es lo que se esconde detrás”.
El perfume de ella invade su nariz, su cuerpo está a un centímetro de él, con verdadera excitación señala “ me encanta la forma en que conviertes la vida en una aventura, una emocionante y estúpida aventura”.
¿ESTÚPIDA?
Ella lo mira fijo enojada.
¡No, no, no! Explica apresuradamente, ese fue un lapsus, un mecanismo por el cual mi hipocresía burguesa convencional intentó defenderse a sí misma. “¡Hum¡” dice ella, un poco calmada, “Veo que recuerdas algunas de las cosas que te enseñé”.
Ella de nuevo se sienta a su lado, bosteza y dice “¡uhh, estoy muy cansada!. Es una tarea ardua explicarle la vida a policías estúpidos”.
Se recuesta en la cama de espaldas con los ojos cerrados.
Pasa un minuto en silencio. Él se quita los zapatos disimuladamente, se recuesta al lado de ella y desabrocha el primer botón de su blusa. Sin abrir los ojos, ella dice con voz suave, “te dije que no estaba de humor”.
“¡Perdón!”
Suspira y retoma la pose del Pensador de Rodin.
Después de un rato ella dice con pereza, “te quiero porque es tan fácil desanimarte”
Él mira a su alrededor esperanzado. Ella tiene los ojos abiertos, sonríe luego ríe, se levanta y lo abraza.
"¡Oh! Alan no te puedo negar nada! Eres como un viejo, feo y cómodo sofá en el que siempre tengo que recostarme”.
“¡Siempre a tu servicio!”, le contesta. Se ponen de pie. Él se quita el suéter, ella comienza a quitarse la blusa y suena el timbre.
Suena el timbre. Él se pone de pie como paralizado y susurra “mierda”
Ella grita, “¡SÍ estabas esperando a alguien!”
“No. Nada que ver. Por favor no le hagas caso. Por favor habla más bajo Vlasta”.
Suena el timbre.
“¿Me estás diciendo que no sabes quién está allá afuera?”
“Lo juro”.
“Entonces ve hacia la puerta y mándalos a volar”, grita Vlasta, abrochándose la blusa rápidamente “¡O voy yo!”
Suena el timbre, ella camina rápidamente hacia el corredor, él la esquiva y se pone delante de ella ante la puerta apoyando la espalda en ésta siseando “Sé sensata Vlasta”.
“Abre esa puerta o voy a gritar”
Con los dientes apretados murmura, “¡escucha!, esta puede ser, sólo puede ser, una joven mujer que admiro y respeto muchísimo, y no debe enojarse, ¿me oyes? ¡No debe enojarse!
El timbre suena. Vlasta sonríe calmadamente, cruza los brazos y dice, “entonces abre la puerta”
Y la abre. Un hombre robusto que viste un impermeable y un sombrero está de pie afuera y dice: “Empresa Británica de Energía. ¿Puedo leer su medidor señor?”,
“Sí”, dice Alan. Abre un estante (Vlasta se ha ido a la habitación principal) y el hombre dirige una linterna hacia los dígitos de una tosca caja negra.
“Siento llegar tarde Alan” dice una joven mujer hermosa de tal vez unos dieciocho años.
“¡Hola!”, dice Alan. Ella se dirige hacia la habitación principal y Alan la oye decir alegremente, “Hola, mi nombre es Lillian Piper”.
Él oye a Vlasta decir, “eres una de sus alumnas, por supuesto”.
-¡Sí!
-¡Pero qué cobarde es!
“En Australia”, dice el hombre corpulento escribiendo cifras en una libreta “todos los medidores tienen dígitos que pueden leerse desde afuera. Me encantaría que tuvieran ese sistema aquí señor”.
¡Sí, adiós! Dice Alan cerrándole la puerta al hombre. Luego suspira y se reúne con las damas.
Vlasta (con cara de enojo, de brazos cruzados y piernas separadas) está de pie en medio de la habitación. Lilian esta parada al frente de la chimenea mirando de lado a lado la cubrecama arrugada y el suéter de Alan en el suelo al lado de la cama.
“Lillian” dice Alan, “ella es Vlasta, Vlasta Tchernik, una antigua amiga que no he visto en años. Llegó de sorpresa hace unos quince o veinte minutos”
“Me estaba seduciendo cuando el hombre del medidor tocó la puerta”, le explica Vlasta. “Me sacó la blusa”.
-“¿es verdad eso Alan?”, pregunta Lillian.
-“Sí”
-“¡Oh Alan!”
Lillian se sienta en el chaise-longue , Alan en el sillón. Los dos se ven deprimidos. Vlasta mirando fijo a ambos enojada, se siente excluida, espera un intercambio.
Al final Alan le dice a Lilian “Ojalá hubieses venido a la hora que dijiste. Había perdido la esperanza de verte”.
“¡Sólo me atrasé cuarenta minutos! He sido puntual hasta ahora”.
“Lo sé, por eso pensé... ya que ni siquiera llamaste... que de pronto te aburriste de mí”.
“¿Por qué pensaste eso? La pasamos tan bien la última vez que nos juntamos... ¿o no?”
“¡Oh! La pasé muy bien, pero ¿y tú?”
“¡Por supuesto, si te lo dije!”
“Tal vez sólo estabas siendo amable. Muchas mujeres son amables en esos momentos. Después de esperar quince minutos pensé, estaba siendo amable cuando dijo que la había pasado bien. Y después de veinte minutos pensé, no va a venir. Se juntó con alguien más interesante”.
Lillian se queda mirándolo fijo.
“NO tiene confianza en sí mismo”, grita Vlasta triunfantemente. “ Es un enclenque, un cobarde, un mentiroso, un fraude, un ABURRIDO. Terriblemente aburrido”
“Nada que ver”, dice Lillian, pero sin mucha fuerza, “algunas veces dice muchas cosas interesantes”
“¿Puedes darme un ejemplo?”
Lillian piensa detenidamente y luego dice, “Salimos a caminar el domingo pasado y dijo: el campo luce muy verde hoy pero supongo que para eso está”.
“Me estaba citando”, dice Vlasta con satisfacción, “ y lo saqué de un libro”
“La estabas citando”. Él asiente con la cabeza. Ella suspira y le dice a Vlasta que la inteligencia no es importante, que Alan dice cosas muy dulces y sinceras que importan mucho más.
“¡Oho!”, grita Vlasta, respirando hondo como un caballo de guerra oliendo sangre. “Esto de verdad me interesa, cuéntame de esas cosas dulces y sinceras”. Camina hacia el chaise-longue y se sienta al lado de Lillian.
“¿Alguna de ustedes quiere un vaso de jerez?” Pregunta Alan en voz alta. Ha ido a la chimenea, destapado una licorera de grueso vidrio y ahora la inclina inquisitivamente sobre una fila de frágiles vasos sobre la repisa de la chimenea. Las damas no se percatan. Llena un vaso, lo bebe al seco, luego vuelve a llenarlo y beberlo al seco.
Vlasta dice, “cuéntame una de sus dulces y tiernas frases”
“Preferiría no hacerlo,” dice Lillian secamente.
“Entonces yo te voy a contar una. Déjame pensar... sí. ¿Cuando se meten juntos en la cama, no se estira y dice en un tono de gratitud ¡oh! Tan de corazón, Gracias a Dios que estoy de nuevo en casa?”
Lillian está demasiado deprimida para hablar pero asiente una o dos veces. Vlasta se percata de que Alan tomó un tercer vaso de jerez y dice, estás tratando de darte valor emborrachándote.
“Estoy tratando de anestesiarme”, le dice malhumorado. Lillian va hacia él diciéndole “dame el jerez Alan”.
Ella extiende el brazo para tomar la licorera. Él se la alcanza. Ella la tira contra los bloques de la chimenea y dice “no mereces ninguna anestesia”, Y se aleja de él, apretando los puños y tratando de no llorar. Él la mira horrorizado diciendo “¡Lillian, Lillian!”.
Luego suspira, se arrodilla, coge una pala de mango metálico y una escoba de un colgador de fierro y comienza a barrer los trozos de vidrio.
Pero Vlasta está más impresionada que él. Grita. “¡Eso fue magnífico! ¡Eres maravillosa, pequeña Lillian! La gente cree que soy muy cruel y violenta porque siempre digo la verdad, pero créeme que soy muy tímida para romper algo”.
Lillian pregunta enojada, “¿Qué otras cosas dulces te dijo?” “¡Para!” Grita Alan. Deja la pala, la escoba y los vidrios rotos en el basurero y dice con firmeza, “Ándate Vlasta, nos sentimos tan miserables como te gustaría que estuviéramos”.
Es por una cabeza más alto que ella, media cabeza más alto que Vlasta y por primera vez en el día su altura sugiere dignidad. Pero Vlasta dice, “ lo estoy pasando bien, no me voy a ir” y responde a la mirada de él con una gran sonrisa radiante, entonces él le dice tranquilamente a Lillian, “Lillian, he sido un estúpido, muy estúpido. Tal vez en una semana o dos podrás perdonarme o incluso antes, eso espero. Eso espero. Pero esta situación es indecente. Por favor vete antes de que ella te siga hiriendo”.
“No me hizo daño”, dice Lillian. “Tú sí. Y no tengo ninguna intención de que me sigan hiriendo. ¡Vlasta! Gracias a Dios que estoy de nuevo en casa. ¿Qué otras cosas te dijo?”
“¡No me está gustando nada esta conversación!” Dice Alan en voz alta. “A ustedes puede que sí, a mí no. Critíquenme entero si quieren, a mis espaldas. Me voy a la casa de mi madre. Siéntanse libres de usar la cocina si quieren una taza de té. La puerta principal se cierra sola cuando se vayan. Tengan un lindo día”.
Ahora está en el corredor sacando un abrigo del estante. Oye a Lilian decir “está muy orgulloso de su casa, ¿verdad?. ¿Cuánto crees que cuesta esto?.
“¡ Oh, muchísimo dinero!, dice Vlasta, ¿también lo vas a romper?”
A través de la puerta ve a Lillian de pie con la mano en el domo de vidrio que cubre el reloj. Bota el abrigo y va hacia ella con los brazos abiertos como un veloz sonámbulo diciendo, “Lillian, eso tiene un volante Mudge de escape triple, por favor no lo agites!
Lilian deja el reloj pero coge un delgado adorno de cerámica desde la parte superior de un librero. Lo sostiene sobre su cabeza como un asta de bandera diciendo, ¿y esto?.
¡Esa es una terracota de Shanks! Grita Alan muerto de miedo. “De Archibald Shanks, por el amor de Dios ten cuidado Lillian!”.
“Extraño cómo se preocupa de que le hagan daño a las cosas y de lo poco que le importa herir los sentimientos”, dice Vlasta. Alan trata de manejar la situación con la lógica de profesor universitario.
“En primer lugar no he tratado herir los sentimientos de las personas, simplemente he tratado de, de, de pasarla bien. En segundo lugar por supuesto que las cosas son más importantes que los sentimientos. Todo el mundo se recupera si han herido sus sentimientos, si no son niños, pero rompe un buen reloj o figura y cierta cantidad de trabajo, destreza y talento humano dejan el mundo para siempre. Por favor Lilian, deja esa figura donde estaba”.
“Rómpela”, sisea Vlasta.
Lillian nunca antes había tenido a dos personas adultas tan pendientes de lo que iba a hacer. La pone juguetona. También está un poco impresionada por lo último que dijo Alan. La figura, aunque demasiado simplificada para sugerir una persona, es obviamente una mujer. Lillian la sostiene en sus brazos, le acaricia la cabeza y dice, “No te preocupes pequeña estatua, no te haré daño si tu dueño se comporta como un chico sensato y no corre donde su mamita cada vez que la vida se le pone complicada. Siéntate Alan. ¿Qué ibas a decir de él Vlasta?”
Se sienta en el sofá al lado de Vlasta. Alan, después de una pausa, se deja caer en el sillón, se da cuenta que hay pollo, saca un ala y trata de consolarse comiéndosela.
“Te has dado cuenta”, dice Vlasta, “cómo planea siempre sus seducciones con comida cerca? Obviamente sexo y comida están muy relacionados dentro de su cerebro. Todavía no he dilucidado lo que significa, pero algo obsceno de todas maneras”.
Alan mira con cara demacrada el hueso en su mano y luego lo pone en la mesa.
“Entonces sigamos ”, dice Vlasta, “no es un amante muy apasionado físicamente”
“¿No?”, pregunta Lilian asombrada.
“Oh, no digo que no nos dé placer, pero depende mucho de las palabras. Todo el tiempo está susurrando estos pequeños monólogos, fantasías eróticas, ¿ sabes a lo que me refiero?” (Lillian asiente y Alan se tapa los oídos con los dedos) “... te puede excitar mucho al mezclar esto en su jugueteo previo pero cuando se acerca al clímax sólo se pone de espaldas y le deja todo el trabajo a la mujer. Con el tiempo se vuelve aburrido. ¿Cuánto tiempo hace que lo conoces?”.
“Dos semanas”
Vlasta mira a Alan y grita, “¡Sácate los dedos de los oídos!”.
Lillian sostiene la figura por los pies en el ángulo del saludo Nazi. Vlasta grita, “¡Acuérdate del talento y la destreza que hicieron esta estatua! ¿Dejarás que abandonen el mundo para siempre sólo porque te da vergüenza escuchar unos simples hechos?”
Alan saca los dedos de los oídos y se tapa la cara con ellos. Las mujeres lo contemplan por un rato, luego Vlasta dice, “¿Qué monólogos ha usado contigo?”.
“El de la reina y el rey”
“Ese no lo conozco”
“Finge que somos un rey y una reina haciendo el amor en la cima de una torre a plena luz del día. Hay una pequeña ciudad debajo con techos rojos y un puerto con barcos yendo y viniendo. Los marineros en el mar y los granjeros en los cerros de alrededor nos pueden ver desde millas. Están muy felices de que lo hagamos”.
“¡Muy poético!, Aunque la escena es extrañamente familiar... ¡ah, ahora me acuerdo! Es una imagen de un libro que le presté Psicología y Alquimia de Jung. ¿Pero nunca has tenido que ser Miss Blandish?”
Alan se pone de pie, se ve mareado, camina, moviendo con rapidez los dedos, hacia la cama, sobre la cual se deja caer con la cara enterrada en el cubrecama. Las mujeres se levantan y los siguen, Lillian con la figura todavía en los brazos. Se sientan enojadas a los pies de la cama con los talones de Alan entre ellas. “No” dice Lillian, “Nunca he tenido que hacer de Miss Blandish”.
“Con el tiempo te habría hecho hacerlo. No hay orquídeas para Miss Blandish era un libro sádico norteamericano que le causó una gran impresión cuando tenía diez u once años. Es una lástima que en Gran Bretaña no haya ningún burdel respetable supervisado por el estado, los varones adolescentes aquí se inician en el sexo por medio de libros y películas que los dejan con ideas muy extrañas. Alan es tan afeminado que yo esperaba que sus fantasías íntimas fueran masoquistas, ¡pero no tuve esa suerte! Tuve que ser Miss Blandish mientras deliraba como un loco hablando con falso acento de Chicago. ¿Se relaciona eso con su sentimiento por la comida? ¡Por supuesto que sí! Haber mamado muy poco cuando era bebé lo ha convertido en un sádico oral. Al mismo tiempo su apego a las cosas materiales es una transferencia del síndrome de retención oral y anal”.
Alan, sin moverse, emite un pequeño pero sincero grito.
“Fin del segundo round”, grita Vlasta feliz. “El enemigo aplastado en la red”.
Pero Lillian no está feliz. Deja con cuidado la figura sobre el piso y dice con tristeza, “sabes cuando en esos momentos me hablaba así me sentía tan especial...”.
“y ahora encuentras que te acostaste con una grabadora de segunda mano”.
Hablando con dificultad, Alan mueve la cabeza de lado a lado y dice, “Si algunas veces, les dije las mismas cosas a las dos, fue solo porque las dos me hacían sentir de la misma manera”.
“¿Cuántas mujeres te han hecho sentir de la misma manera? Le pregunta Vlasta, luego ve a Lillian sollozando. Vlasta le pone una mano en el hombro y dice con voz áspera, “sí llora. Llora pequeña Lillian. Yo lloré cuando vine para acá. ¡TÚ no has llorado todavía! Le dice a Alan en tono acusador.
“Y no lo voy a hacer”, sentencia levantándose y arrastrándose hacia los pies de la cama para el lado de Lillian. Duda y luego dice torpemente “Lillian, no he tenido tiempo de decirte esto antes pero te amo, te amo”. Mira a Vlasta y dice “ no te amo en lo absoluto. Ni un poco. Pero ya que tú tampoco me amas no sé por qué te empeñas en destruirme”.
“Te mereces que te destruyan Alan” dice Lilian con una voz triste y lejana. Se arrastra hacia ella alegando, “¡honestamente creo que no! He sido egoísta, avaro y estúpido y le dije muchas mentiras a Vlasta pero nunca traté de herir a nadie, ni siquiera por diversión. Mi principal error fue tratar de complacer a muchas personas al mismo tiempo y créeme nunca hubiera pasado si sólo hubieses sido puntual, Lillian...”.
Para verle la cara para y rompe la figura aplastándola con el pie. Las mujeres también se ponen de pie y observan los fragmentos.
Lentamente se arrodilla, coge los dos fragmentos más grandes y los sostiene increíblemente a la altura de los ojos. Los pone cuidadosamente de vuelta en el piso, con la boca hace una mueca de tristeza, luego se deja caer de nuevo en la cama. Lillian se sienta a su lado, apoyando el cuerpo sobre un brazo. Dice con tristeza, “siento lo que pasó, Alan”.
“¿Te estás compadeciendo?, grita Vlasta con desprecio.
“Me temo que sí. Ves que está llorando”
“no estás pensando que esas lágrimas son reales”
Lillian le toca la mejilla con la yema del dedo, se la lame, le toca la mejilla nuevamente y le acerca el dedo a Vlasta diciendo, “sí, lo son, prueba una”.
Vlasta se sienta también, presiona la mano de Lillian contra sus labios y la retiene. Vlasta dice, “Qué dedos tan lindos tienes, suaves, pequeños y bien formados”.
“¿Oh?”
“Sí, soy más que una pequeña mujer ruda, sabes. ¿De qué otra manera podría haberme entregado a una cosa como ESA?
Pero Lilian está cansada de este juego y quita los dedos.
Y se recuesta cerca de Alan y pone suavemente su mano en el cuello de él y murmura, “estoy segura que Archibald Shanks ha hecho cientos de pequeñas estatuas. Siempre puedes conseguirte otra”.
Con voz apagada él dice, “un mero villano, he destruido todo entre tú y yo, tú y yo”.
Lillian dice, “No te odio Alan” y se le acurruca.
Vlasta, observándolos, se siente excluida nuevamente, pero sabe que la rabia y la reprobación la excluirán aún más. También siente consideración por Alan. ¿Es lástima? No, con seguridad no es lástima, no siente lástima por los hombres y disfruta destruyéndolos, especialmente a los hábiles manipuladores como Alan. Pero cuando has noqueado un hombre como éste y no quieres irte y estar sola, ¿qué puedes hacer sino ayudarle a levantarse, como a los pinos de los bolos?
“Yo tampoco podría precisamente odiarte Alan”, dice ella, acurrucándosele al otro lado. Y él, siente gratitud de corazón, gracias a Dios que está de nuevo en casa.